diumenge, 23 d’agost del 2009

Paris, je t'aime (ô capitale infâme!)


I. Con el corazón contento he subido a la montaña

desde donde se puede contemplar la ciudad en toda su amplitud

hospital, lupanar, purgatorio, infierno, presidio,

donde toda enormidad florece como una flor.


Sabes bien, ¡oh Satán!, patrón de mi angustia,

que yo no estaba allí para lanzar un vano lamento;

sino que, como un viejo libertino de una vieja amante,

quería embriagarme de esa enorme prostituta,

cuyo encanto infernal sin cesar me rejuvenece.


Ya duermas aún en las sabanas de la mañana

pesada, oscura, acatarrada, o ya te pavonees

con los velos de la tarde adornados de oro fino,

te amo, ¡oh capital infame!

Cortesanas

y bandidos, a menudo ofrecéis placeres

que no comprenden los vulgares profanos.


II. Tranquilo como un sabio

y dulce como un maldito... he dicho:


Te amo, mi muy bella, mi encantadora...

Cuantas veces tus excesos sin sed y tus amores sin alma, tu gusto por lo infinito, que, por todas partes, en el mal mismo se proclama...

tus bombas, tus puñales, tus victorias, tus fiestas,

tus suburbios melancólicos,

tus palacetes ornados,

tus jardines llenos de suspiros y de intrigas,

tus templos vomitando la oración en música,

tus desesperaciones de niño, tus juegos de vieja loca, tus desalientos,

y tus fuegos artificiales, erupciones de alegría

que hacen reir al Cielo, mudo y tenebroso.


Tu vicio venerable se muestra en la seda,

y tu virtud risible, con la mirada desgraciada,

dulce, que se extasia ante el lujo que despliega.

Tus salvados principios y tus abucheadas leyes,

tus altivos monumentos de los que se enganchan las brumas,

tus cúpulas de metal que el sol inflama,

tus reinas de teatro de voz encantadora,

tus rebatos, tus cañones, ensordecedora orquesta,

tus mágicos adoquines alzados como fortalezas,

tus pequeños oradores de ampulosidades barrocas

predicando el amor, y tus alcantarillas llenas de sangre,

hundiéndose en el infierno como Orinocos,

tus sabios, tus nuevos bufones de viejas vestimentas.


Ángeles revestidos de oro, de púrpura y de jacinto,

¡oh!, sed testigos de que cumplí con mi deber

como un perfecto químico, como un alma santa.

Porque de cada cosa tomé la quintaesencia,

tú me diste tu barro, yo con él hice oro.

Charles Baudelaire


Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada